miércoles, 28 de marzo de 2012

Soberbia

Yo quisiera dejar de caminar descalza y ponerme tus zapatos
Yo quisiera que la mujer de tus sueños se llamara como yo
Yo quisiera que nos amaramos en libertad, pero sin soltarnos de la mano
Yo quisiera levantarme cada mañana a tu lado, sin recibir la golpiza de un calendario
Yo quisiera agarrar por el cuello a mi ego y tirarlo por la ventana
Yo quisiera...
¡Ay, si pudiera! Safe Creative #1208092096744

jueves, 15 de marzo de 2012

¿Qué por qué escribo?

¿Qué por qué escribo?

Escribo porque puedo abrir la puerta de aquella habitación, la de la ventana negra, sin vidrios y que da hacia el árbol de Pomarrosas.

Para olvidarme de mi nombre y creer que soy Patricia, Verónica o Elizabeth

Porque así subo al tren que me lleva a la calle de las camelias

Y volver a jugar con Ana en la plazuela abandonada.

O volar por todas partes, como esas mariposas que todavía aterrizan en el jardín de mi vecino...

Escribo porque de vez en cuando vuelvo a meter mis pies en aquel riachuelo donde mi bisabuela peinaba su larga melena…


Porque puedo quitar aquellos barros de mi cara y levantar mi rostro sin vergueza o pintarme los labios con el lápiz labial de mi hermana; aquel de color terracota..

Porque puedo pedir perdón por tantos errores cometidos y por cometer. Ah mi cobardía…


Escribir me da el poder de ir a Venezuela, arrancar una rosa roja, de aquel jardín que ya no existe, y regalársela a mi abuela.

O es la única salida que tengo para regresar a mi pasado y bendecir o maldecir esa tarde de invierno que me ha convertido en la peor

En la peor mujer de todas...

Lucy Bondi

jueves, 1 de septiembre de 2011

Hoy quiero caminar a solas

Por Lucy Bondi

Hoy quiero caminar a solas
Y volver a mirar el mundo
Sentada en la escalera
De aquella iglesia olvidada
y miraré sin verguenza
A los que me miran
A los que se besan
O a los que reclaman justicia
Y seguiré caminando a solas
Hasta sentarme en aquel parque mojado
y me iré corriendo delcaza tras la lluvia
Y a lo mejor me compre un gato,
Dibuje algún rostro foráneo
O decida tocar el piano
Hoy quiero caminar a solas
Para regalarme una tarde revoltosa donde
Mis fantasías sean verdades y mi falta de juicio
Me robe carcajadas y probablemente a solas,
Me encuentre nuevamente contigo...

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miércoles, 2 de marzo de 2011

Eres vital

Eres vital


El agua que contiene la botella azul
Que está sobre esta mesa, se mueve
Se mueve aceleradamente como el corazón
De dos amantes a escondidas
El agua tiembla como mis piernas y mis labios
Cuando pienso en él
Hoy apenas descubrí su nombre
Él me mira y yo también
Y mis ojos contemplan de nuevo la botella de agua
Y mi cabeza y mi cuerpo entran en ese envase
Navego dentro del agua y veo su cara blanca
Y sus orejas pequeñas
Y su boca roja, y esos ojazos verdes que me miran…
¿Por qué condenar esta excitación que me hace pensar en él?
En ese encuentro clandestino que se avecina
Ahora me tomo un trago de agua
Y la contamino con pensamientos indecorosos
Quizás indebidos, pero justos
Ese joven está sentado muy cerca de mí
A unos cuantos pasos de mi mesa
Quiero volver a mirarlo y no me atrevo
Quizás estará listo para marcharse
Y yo no quiero que lo haga
Y el agua se aquieta por un instante
Y él me interrumpe
Es mi obligación admitir
que esta noche fría de invierno
Empieza una nueva historia
De dos almas que están sedientas

jueves, 30 de diciembre de 2010

Si mañana falleciera

Si mañana falleciera, extrañaría sentir el calor de esos mediodías de verano o jugar con la nieve en alguna plaza de Philadelphia hasta no sentir mis manos... Añoraría escribirle cartas de amor a algún enamorado en turno o regalar bombones de chocolates en una tarde sin motivo; en una tarde como cualquier otra. Extrañaría caminar desnuda por mi casa o sentir la suavidad de mis pantuflas blancas...añoraría pasar una y otra página de esa novela que aun no he leído, pero me llevaría conmigo esas benditas tardes marrones de otoño y también a todos ustedes.

martes, 28 de septiembre de 2010

Mi vecino

Por Yaisy Rodríguez


Tengo en mis manos un velón de color borgoña; me lo regaló mi vecino. Lo prendo todas las noches. Hasta ahora que lo toco, me doy cuenta de que tiene frío. Pero él no tiembla, se ve tan firme. Le acaricio la cara con mi mano y me regala una sonrisa tierna. Aquí está enfrente de mí, con los brazos cruzados y ese traje oscuro que lo viste de elegancia. Si el Príncipe de Gales lo viera, con esta corbata y esos zapatos de puntas afiladas, pensaría que el joven del velón es el hermano gemelo de Brummell. Ni qué decir del perfume que destila, que me seduce, que me hace cerrar los ojos y me secuestra algunos suspiros. Hace algunos meses, conocí a este señor, lo llamo velón y tiene la piel oscura, pero los ojos brillantes. Por más que intento, no puedo evitar mirarlo, ni antes, ni ahora. Estar a su lado se ha convertido en una adicción. ¿Qué cómo lo conocí?, De él solamente sé que es hermano de vela, mi vecina chismosa, y eso ya es suficiente.
Cada mañana de primavera, cuando me dirigía a la escuela, mi hermana tentación me sonsacaba, para que lo viera. Y yo, no lo pensaba dos veces. En esos momentos, le rendía homenaje entre los dientes, a la combinación de mi sangre RT positiva. En definitiva, mi exaltación ante criaturas como estás comprobaba mi debilidad femenina. Vaya que él amaba contemplar la vida desde su balcón. No le faltaba su compañero fiel, un cigarrillo. Solía sentarse con las piernas cruzadas y en la misma silla amarilla, que se estaba muriendo de vejez. El primer día que no lo vi, sentí que a mi vida le estaban apretando el cuello, me faltaba el aire. Sabía que me derretía su presencia, lejana, pero ahí estaba, de lejos, pero vivo. Ese mismo día, al llegar la noche, lo soñé a mi lado. Sí, acostado en mi cama, del lado derecho, muy cerca de la antigua mesa de noche. En esa mesa acostumbro a poner un vaso con agua helada, y, además, no puede faltar la complicidad de un buen libro. De pronto, en aquel sueño me sorprendió que mi vecino no me hablara, sólo me miraba. Me atreví a tocarle la cara por primera vez, y era tan suave como la piel del Divino Niño. Los minutos transcurrían despacio y yo me acercaba a él poco a poco. Yo no dejaba de saborearme su presencia. Entonces, ya a su lado, empecé a rozarle la piel de mi rostro contra su pecho viril.De pronto, me cautivó la idea de recitarle un poema de amor, de pedirle que no se fuera, pero él me calló la vida con sus dedos. Y así llegó la hora de la hora, para mi desgracia: me despertó de un grito mi hermana Tentación porque ya se me hacía tarde para ir a la escuela. En ese momento me dieron ganas de patearle el alma a ese condenada imprudente. Veinte minutos más tarde, a un cuarto para las ocho, cuando proseguía con mi rutina escolar, encontré un regalo con una nota debajo de mi puerta que decía, “¿Por qué no me das un espacio en tu mesita de noche?”.


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domingo, 19 de septiembre de 2010

Un encuentro divino

Por Yaisy Rodríguez

Habían pasado muchos años desde que Isabella no volvía al suelo que la vio nacer, Alcalá de Guadaira. Seguía teniendo la frescura de los veinte, aunque su reloj biológico ya marcaba los cuarenta menos cinco. Isabella conservaba la receta de la juventud, esa que le dio su viejo amigo Marco. Ése bailaor de piel morena un día le dijo que el secreto de la eterna juventud era mantener el alma pura. La joven dama vivía en Frankfurt y estaba casada con un hombre muy inteligente, pero sólo eso. Así que un buen día decidió viajar a su ciudad natal, de manera sorpresiva, pero ese viaje lo había dibujado en sus sueños, una y mil noches.
En su época de niña aprendiendo a ser mujer, dejó por lo menos un corazón roto allá en su pueblo, pero eso no la detuvo la mañana cuando decidió aflojar las riendas de su alma gitana y cabalgar el mundo. Ya en Alcalá, un día antes de regresar a esa vida desteñida que llevaba en Alemania, dispuso buscar a Luigui; un hombre italiano que había sido su novio hacía once años. Ese día también corrió con suerte porque logró localizar aquel hombre de mirada sinvergüenza.
El sol no se había ocultado. Parecía que ya eran las cinco de la tarde en aquella ciudad.De repente el teléfono sonó.
—Isabella, ya estoy aquí —Dijo Luigui con el buen humor que lo caracterizaba —¡Ya baja mujer! ¡Ya quiero ver cuanto has engordado!
Isabella, soltó una de esas carcajadas contagiosas que siempre la definían y la vestían muy bien, como un traje que estaba exactamente hecho para ella.
—Jajajajajaja, Luigui, no cambias —Exclamó la chica— Voy bajando.
Cincuenta y ocho segundos más tarde, un abrazo pintado de multicolor, amarró las trenzas de los zapatos del recuerdo de aquellos dos.
—¿Dónde están tus arrugas, niño?
—¿Todavía no me pasan la cuenta, muñeca? —Dijo Luigui. —¿Qué quieres comer?
— Lo que tú quieras, joven caballero.
A las 5:35, ya estaban comiendo en el mejor restaurante de la ciudad; acompañados de un exquisito vino francés.
—¿Cuéntame de ti, Isabella?¿Ya no te pareces a una niña?
—¡Todos cambiamos, Luigui, ya soy toda una mujer! —Respondió Isabella
—De mí te puedo contar, que vivo en una ciudad muy linda, que tengo una gata que se llama Gigi y que además estoy casada.
Su matrimonio con Paul tenía un sabor parecido, al primer vaso de agua que le sirven a un cliente en un restaurante fino mientras espera ansioso el delicioso manjar. Su relación con Paul, todavía, no sabía a nada. Pero aunque, no había un delirio desenfrenado por su marido, tampoco tenía la amargura o desdicha, por el maltrato de un amor esclavizante.
Y de repente, se sentó en la mesa la pregunta indeseada.
—¿Y me imagino, que eres feliz, mujer?
Isabella, no aguantó más, y decidió soltar su realidad, entonces, vomitó toda la indigestión de vida aburrida que la acariciaba todas las noches.
—¡No, no creo que sea feliz! Tengo un gran problema. Un marido que se ha dedicado los últimos ocho años a perder su tiempo, pensando que yo tengo que cerrarme la boca, cuando en realidad nací para comerme un mundo entero. ¡Tengo Un esposo que cree que ya me convenció de que la suma de uno más uno es simplemente dos! —Dijo Isabella, con un tono de desesperación y con la misma cara que tiene un mendigo, cuando pide, en la calle, una limosna.
—Lamento profundamente que estés así, quizás por eso yo sigo soltero, pero ya verás que todo se arreglará —Expresó aquel hombre.
Isabella sintió que las palabras de Luigui le apuñalaban el corazón. Ella esperaba otras palabras de consuelo. Pero aquellas no eran misericordiosas. A lo mejor porque a partir del encuentro con aquel hombre, afectuoso y sosegado, ella destapó la cacerola de su verdad. Una realidad que la insultaba y la torturaba diciéndole que Luigui era el hombre que su madurez había idealizado. Ella se retorcía en silencio, esperando que Luigui se aprovechara de su infortunio, le susurrara, con una respiración ardiente, una palabra de pasión, amor o algo parecido. Ella dominada por una desesperación muda, anhelaba que Luigui le pidiera que se olvidara de su marido. Que se escaparan y se entregaran para siempre en la mieles de un amor ya crecido. O que, simplemente, la tomará de la cabellera, le rozara con la punta de sus dedos los labios, y le robará un beso de esos que queman, incontrolable, como aquellos besos de hacía más de una decada.Pero Luigui no actuaba de esa manera, no mostraba nada más allá que una amistad sincera.
En aquella cena imborrable,cada segundo transcurrido le torturaba el hoy a Isabella. Lamentaba haber conocido a Luigui cuando apenas era una niña ilusa, que soñaba encontrar un principe azul en el resto del camino, y no como la mujer del presente.
—¿Entonces, cuándo te marchas, Isabella?
—Mi vuelo sale mañana.
En ese momento, Luigui miró su reloj, y le dijo que la llevaría a un lugar especial.
Así que la curiosidad tomó de la mano a Isabella. Un pensamiento coqueto le guiñó el ojo, y de pronto hasta se le olvidó que el verbo pecar aún existía.
Después de pagar la cuenta, él la llevó a la misa de las ocho, con un tal padre Olegario, que decía que la fe no solamente era creer en Dios, los Angeles y los Santos. El padre ratificaba que la fe también era aquello por lo que los seres humanos luchan, y que ya están convencidos de que lo tienen, aún sin alcanzarlo. En ese instante, los ojos de Isabella derramaban lágrimas sin piedad.
Al día siguiente, Isabella no tomó el avión de vuelta a Frankfurt, ni los días que siguieron tampoco.


“Quien pierde su fe no puede perder más”.

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