By Yaisy Rodríguez
La abuela Antonia (toñita, como la llamaban en el Centro Revolucionario de la Universidad Mayor) ya no era la misma; su voz era enclenque y su mirada pavorosa. Ya los años la vestían con dolencias, el tiempo le pintaba muchas canas y esa ingrata llamada soledad, le susarraba al oído, una y otra vez, las melodías del olvido.
-Ya ninguno se acuerda de mí; todos me han abandonado porque ya no sirvo para un carajo. Nadie me quiere- dijo la abuela.
Ver a toñita, con esa lasitud, era algo ajeno para Paola. Ella se marchó aquel domingo de Ramos, con la fotografía de una abuela valiente, combativa, autónoma y sin titubeos. Pero la remembranza de lo que fue la toñita, era simplemente memoria. Probablemente, todo esto desencadenó una batalla a quemarropa entre la realidad y el testimonio de Paola... Entonces, de un arrebato, la joven adelantó su marcha rumbo al Norte y comprendió que ya no pertenecía a aquel horizonte cercado con arrecifes, corales y mar.
Muy lindos microcuentos!! Por qué no envías algunos a www.cuentosymas.com.ar Allí publican muchos cuentos breves!
ResponderEliminar"...y comprendió que ya no pertenecía a aquel horizonte cercado con arrecifes, corales y mar"
ResponderEliminarm encanta esta parte!!!